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Erik López nace en 1980 a orillas del Mediterráneo por lo que el mar, el sol y las tardes de verano serán su primera influencia musical. La segunda influencia vendrá de los discos de sus padres: la salsa de Juan Luís Guerra, las rancheras de José Alfredo Jiménez, y las palabras de amor, sencillas y tiernas, de Joan Manel Serrat. La tercera influencia será el mágico regalo de unos traviesos electroduendes: Radio Futura, Kiko Veneno, y otras bandas surgidas en aquellos años creativos y libres de la década de los ochenta. Erik absorbe todo ello y pronto la música se convierte en su juguete favorito: a los ocho años utiliza una cadena de doble pletina para cantar y grabar su voz sobre sus canciones preferidas, y a los nueve ya saca esas canciones de un rudimentario teclado electrónico Casio de forma autodidacta. Parece que al crío le gusta la música, piensan sus padres.

Entre los diez y los doce años, su primo adolescente heavy (todos tuvimos un primo adolescente heavy) le inicia en los misterios del ruido y la furia: Guns’n’Roses, Metallica, Def Leppard, Poison. Arde el fuego juvenil en su interior y estos tíos son gasolina. Echa de menos, eso sí, a melenudos escandalosos que canten en su idioma, por lo que descubrir a Héroes del Silencio supone toda una revelación, la chispa adecuada que alimentará la hoguera.

Crecer implica descubrir que el mundo no es la Arcadia feliz que nos prometieron de niños, el mal existe y los reyes son los padres, así que, a las huestes del metal que acuden en su auxilio, se unen las hordas rebeldes del punk y del rock: La Polla Records, Eskorbuto, Piperrak, Extremoduro, Rosendo, Platero y tú. Noches de garitos, kalimotxos y amigos. Demasiado joven para haber disfrutado la rumba bastarda de La Mano Negra, Manu Chao le enseña que las etiquetas musicales son solo eso, etiquetas, y que del polvo entre el rock y las melodías latinas puede nacer una música tan fiestera como melancólica, de raíz. Pau Donés, con “La Flaca”, le confirma lo que el amigo Manu le ha descubierto.

Una lesión termina con su prometedora carrera futbolística, el balón su otra pasión, pero aunque se lesiona los isquiotibiales no se lesiona las muñecas: en la banda de unos amigos, Astokia, necesitan un guitarra, y aprende a tocar el instrumento en tan solo dos semanas conociendo así a su primer amor, el que nunca se olvida. Y no hay amor sin blues, por lo que adopta como maestros a B.B King, a Gary Moore: aprende a cabalgar el rayo improvisando fraseos sobre las melodías de sus sensei, componiendo canciones propias desde el primer momento. La libertad era esto.

Con Astokia da sus primeros pasos en la escena del rock: conciertos en bares y salas pequeñas, muestras de grupos locales, colaboraciones y cervezas con bandas hermanadas en la pasión por el ruido, que decían los queridos Barricada. Es una de estas bandas ya veterana, los Baked Beans, quienes los ayudan en sus inicios: los guían en el circuito de conciertos y salas, les enseñan a mover su primera maqueta y, dos años después, los tutelan en la grabación de su primer disco. Erik tiene dieciocho años y, además de tocar la guitarra, canta.

Ese primer disco abre las puertas a más conciertos, a más salas, a más muestras de bandas locales; pero dos años equivalen a dos décadas para una banda de rock, a dos siglos para unos post adolescentes, y Erik cumple los veinte al mismo tiempo que los Astokia se separan. Junto a sus maestros, los Baked Beans, y su hermano mediano Raúl al bajo y su hermano menor Aleix a la guitarra solista, fundan la banda No Apto.

Y sí, sí que son aptos. Aparecen en el lugar preciso en el momento adecuado y su rock duro surfea la ola metalera que canta al apocalipsis del cambio de milenio: es la época del Load de Metallica, del Ænima de Tool, de la irrupción del Nu Metal. Es la época en la que los No Apto escapan del circuito local para empezar a girar por toda España tocando en salas míticas de grandes capitales, en los muchos festivales de rock que, en aquellos años, aparecen como setas (psicotrópicas) por todo el país; actúan en grandes estadios y pabellones donde miles cantan y bailan sus canciones. Un éxito tan inesperado para ellos como excepcional para cualquier banda con muchos sueños y pocos padrinos. Si es que Erik, además de tocar de puta madre, tiene una flor en el culo, el cabrón.

En estas giras, los No Apto telonean a leyendas como Soziedad Alkoholika, Hamlet, Sôber, Los Suaves; el antiguo futbolista de categoría alevín juega ahora en Primera división y lo aprovecha, se sabe afortunado y aprende todo lo que puede de sus ídolos. Humilde y realista, no se siente un igual y cree que deben ganarse el respeto, demostrar que los No Apto merecen estar ahí. Y lo demuestran con creces: en 2003 Carlos Creator produce el primer disco de la banda, “Mi propio infierno”, para Zero Records; la misma compañía disquera de Sôber, Hamlet, Barón Rojo o Skunk D.F. Revistas como Heavy Rock o Metal Hammer reciben el disco haciendo los cuernos con los puños en alto y nombran a los No Apto referentes del nuevo Gothic Metal, los señalan como prometedora banda emergente. Dónde me he metido, se pregunta el joven guitar hero: acaba de cumplir veintidós años.

Entre 2003 y 2014, Los No Apto publicarán cuatro discos y llegarán, incluso, a disfrutar de una gira por Estados Unidos: Los Ángeles, Las Vegas, San Francisco, San Diego… Han hollado con sus pies calzados por botas de cuero la tierra prometida del rock’n’roll.

Y ese es el problema, el rock’n’roll. Erik se siente encasillado en la escena metalera, en el rock duro, y aparecen las primeras dudas cuando empieza a escuchar a Andrés Calamaro o a Enrique Bunbury, cuando descubre el rockabilly de los cincuenta y los sones latinos de Manuel Galván, Ry Cooder, Marc Ribot o Diego el Twanguero. Quiere probar cosas nuevas, explorar otros caminos, pero tiene un problema: no sabe tocar esa música, y nadie en su círculo lo hace. Su amado rock duro se ha convertido en prisión.

El ideograma chino “crisis” significa también “oportunidad”. En 2008, un atentado terrorista al que llamarán crisis económica azota el mundo y todo se derrumba: se acabaron los festivales multitudinarios, las giras nacionales e internacionales, las apariciones en revistas y televisión; vuelven las salas modestas, las horas de furgoneta, los conciertos pagados en especies. Poco después, incluso esto termina. En toda guerra los primeros en morir son los poetas y, en toda guerra económica, los artistas. Ser músico, cineasta, escritor, fotógrafo o pintor no es un trabajo de verdad, te dicen tus familiares en bodas y bautizos. Pero Erik, como todos, tiene que pagar el alquiler.

Y la crisis se convierte en oportunidad. Erik se une a grupos de versiones, llega a formar parte de hasta nueve bandas al mismo tiempo: bandas de rockabilly, de góspel, de funk o latin soul, donde aprende a tocar la música que no sabía tocar. Con esos grupos regresa a las raíces a la vez que se nutre de ellas para evolucionar; es en esa época de fusión cuando descubre el flamenco y la copla, estilos que amaba su abuelo pero a los que él jamás prestó atención hasta ahora: es en este regreso a los orígenes cuando escucha, y comprende, “La leyenda del tiempo” de Camarón; también entonces, más fusión, conoce a la que se convertirá en su mujer, Iris: ella lo anima a publicar el último disco de No Apto cerrando así aquella hermosa etapa, y se convierte en motivadora y gestora, en mánager y relaciones públicas; también en madre de su hija. Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, y al lado de Erik está Iris.

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Erik toca de todo con todos, se convierte en músico de estudio, colabora con bandas locales, produce un disco para una de ellas: usa lo aprendido para aprender. Pop, rock, latino, canción marinera: la música no tiene etiquetas y descubre, aliviado, que ahora él tampoco. Y siguiendo el ejemplo de Los Rodríguez, que mezclaban el rock con la rumba o el bolero, el pop con la ranchera mexicana, en 2015 monta la banda Los Aliados.

Marc Koöel a la voz, Raúl López al bajo, Álex Merino a la batería (sustituido más tarde por Matías Pereira) y Erik López guitarra y voz: el viejo sueño de fusionar el rock duro anglosajón con sus raíces latinas se ha cumplido. Disfrutan de un moderado éxito en su tierra, malos tiempos para el rocanrol (si es que alguna vez los hubo buenos) y ellos, además, no utilizan el autotune ni perrean. Pero eso no les impide publicar su primer disco, “Y si no, nos cabreamos”, en 2017, que es recibido y celebrado por el público de sus conciertos y la crítica especializada.

De nuevo, los dioses del rock o, en este caso más bien, los dioses aztecas, se ponen de su parte: “Y si no, nos cabreamos” tiene una gran acogida en México, país hermano, el de las rancheras de su infancia. Las radios locales y estatales emiten sus canciones y Los Aliados logran una repercusión que jamás soñaron en casa. En el estado de Guerrero el primer single, “El circo de los errores” se instala en el top ten de los 40 Principales varias semanas, llegando a alcanzar el tercer puesto.

México es la puerta de Latinoamérica al resto del mundo: “Y si no, nos cabreamos” cruza la frontera por Tijuana una noche sin luna y empieza a sonar en emisoras de San Diego, Los Ángeles, Texas o El Paso. También viaja entre ondas y cables de fibra óptica a Venezuela, Colombia, Perú: Los Aliados han encontrado en Latinoamérica a sus aliados. Probablemente se deba a que su rock es fiel a las raíces compartidas, a que cantan en su idioma. Que sean buenísimos también tendrá algo que ver.

El siguiente paso es obvio: en octubre de 2018, Los Aliados viajan a México para una gira de veintinueve días que les llevará a los escenarios de los foros más importantes: Pasagüero, Dobermann, Capitán Gallo, el festival Metro de Guerrero… los mexicanos los reciben con cariño y saltan y corean sus canciones, se saben las letras; las entrevistas en radios y televisiones se suceden y atienden cada día a una decena de medios, actúan en directo cada noche. Nadie es profeta en su tierra, dicen. En correspondencia a tanto amor, y por sugerencia de un amigo azteca, publican la edición mexicana de “Y si no, nos cabreamos”.

Erik regresa de México con la Santa Muerte tatuada en el brazo (lucha, amor y familia unidos en sincrético abrazo) y con nuevas influencias en su bagaje musical. En México se ha reencontrado con la ranchera y ha caído rendido a los pies de la cumbia, ha descubierto la música norteña y los sones de raíz prehispánica: Mon Laferte, Laforcade, Los Tigres del Norte, Ángeles Azules, Papo, Café Tacuba, Javier Batiz, El Tri… Es la música de México, de Latinoamérica toda; desde ahora, será también de Erik. México no solo le ha recibido con los brazos abiertos: también le ha inspirado.

Esa inspiración, y la motivación que les produce el éxito en América, les lleva a su regreso de nuevo al estudio para grabar el que será el segundo disco de Los Aliados: a los mandos Micky Forteza, ganador de un Grammy latino, ocho veces nominado, y productor durante quince años de Jarabe de Palo; también ha trabajado con artistas como Leiva, Carlos Tarque, Alejandro Sanz o Joaquín Sabina. Mientras componen el nuevo álbum, planean ya su segunda gira por tierras mexicanas. El futuro les sonríe.

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Y, entonces, llega la pandemia.

El disco, ya grabado, no sale a la luz. La gira mexicana se suspende. Todo se suspende. La humanidad aguanta la respiración encerrada en casa y Erik, qué remedio, se encierra también. Al menos, ahora, tiene tiempo para componer. Y compone. Lo hace libremente, dejando que salga a la luz todo lo aprendido, influido por México pero también por todo lo escuchado, por su historia personal. Las limitaciones, las ataduras, quedaron atrás. Monta las nuevas canciones con su hermano Aleix, Micky Forteza las escucha y cree que el mundo debería escucharlas también. Si a Erik le quedan algunas dudas, Iris se encarga de disiparlas. En el arte debe arriesgarse siempre, le recuerda.

Pero sí dudan otros miembros de Los Aliados, que no se sienten cómodos con el giro que Erik pretende dar al sonido de la banda. Los intereses divergen, los caminos se bifurcan, y Los Aliados se separan. Tómate esta botella conmigo, y en el último trago nos vamos.

La pandemia termina, la humanidad respira aliviada. Erik monta las maquetas de los nuevos temas, aprende a tocar otros instrumentos de cuerda (el charango, el ukelele, la mandolina) y también canta. Pero eso no basta. Necesita, de nuevo, aliados. Necesita a un percusionista de son cubano, a un guitarrista flamenco, necesita a un trompetista. Erik tiene una verdad que contar y busca músicos con una verdad que contar. Y los encuentra. Micky Forteza, Aleix Gallifa, Yuri Hernández o Luís Guerra, entre otros que se irán apuntando, se unen al proyecto aportando sus ideas, apoyándolo con su arte. El proceso creativo se convierte en un trabajo colectivo, de equipo, y el estudio de grabación es una fiesta. Erik vuelve a aprender, esta vez de sus nuevos compañeros.

Durante todo este proceso aún saca tiempo para montar una banda de versiones de rock duro con viejos y buenos amigos, los L.A Vamps, que alcanzan cierta repercusión a nivel nacional girando por todo el estado y apareciendo en la popular serie de televisión “Cuéntame”; también se divierte tocando en bares con amigos con la banda Stacy Malibu, pero Erik tiene en la cabeza los dieciséis temas que compondrán el próximo álbum de su nuevo proyecto, que Micky Forteza producirá. Erik quiere que las nuevas canciones sean escuchadas y regresar a México, devolver la visita que tuvo que cancelar. La nueva banda necesita un nombre y decide bautizarla (México otra vez, hay amores que son para siempre) Erik López y la Cactus Band. En ella sintetiza más de veinte años de amor a la música, a toda la música, para volver al punto de partida en el que todo es posible y los límites y las ataduras no existen. Muy pronto, Erik López y la Cactus Band en sus garitos favoritos, sus emisoras favoritas, sus internets favoritos, sus noches de farra favoritas.

Y así termina esta historia, y así empieza.

- Sergi Latorre